“Para la biodescodificación toda enfermedad tiene un origen emocional o metafísico, es decir, está causada por algún tipo de sentimiento que no se manifiesta como tal, y por eso se proyecta en el plano físico del cuerpo.”

A veces, cuesta reconocer que la tristeza somatizada en el cuerpo es, en realidad, la súplica silenciosa de un abrazo, nos grita por dentro cuanto extrañamos el contacto con un ser querido que está en el centro de una tormenta de arena. 

Permitir que el corazón humano (el de este mundo) se rompa en mil pedazos: revolcarnos con la culpa, hacer el berrinche fundidos en los recuerdos de épocas felices, cubrirnos con las sábanas heladas de la frustración que nos asfixia al no poder compartir un pedazo de la suavidad del colchón, una porción de paz, un atisbo de felicidad, el calor en medio de las noches heladas, unas palabras y caricias más o el silencio de la escucha profunda donde no cabe el juicio y ni siquiera el consejo; es, en ocasiones la única forma de despejar las nubes para que salga el sol.

Así, deshidratados por tanto llorar, en un ligero suspiro, como en un sueño tenue pero con una contundencia brutal podemos escuchar Su Voz (que es la nuestra misma) Tu ser amado solo está en el desierto.

La mente controladora enseguida trata de comprender: contamos los días, nos fijamos en el calendario, tratamos de atar cabos con numerología, lealtades sistémicas, astrología, magia… y de nuevo la Voz rotunda pero amorosa detente. 

Volvemos al centro, el corazón espiritual se siente acunado en los brazos de La Fuente Somos uno nos recuerda, no trates de entender, ríndete nos pide.

Le damos paso a la humildad donde nos queda solo honrar el sueño en el que jugamos roles de hermanas, hijas, madres, amigas… la ilusión en la que estos seres despiertan nuestro amor incondicional y sobre todo el respeto por sus decisiones de tomar un camino propio para evolucionar.

Acompañar para que nos sientan, entre las dunas que recorren, como una serpiente mansa “con mirada gatuna” que delicadamente se enrosca en su cintura instalándose en su pecho donde entonando una nana, sutilmente inyecta el dulce elixir de la compasión, el perdón y la gratitud que son el antídoto para expiar el veneno de las culpas y los miedos y así avanzar con pasos más ligeros esta alocada idea de la que olvidamos reírnos. 

“Una diminuta y alocada idea, de la que el Hijo de Dios olvidó reírse, se adentró en la eternidad, donde todo es uno. A causa de su olvido ese pensamiento se convirtió en una idea seria, capaz de lograr algo, así como de tener efectos reales”.

UCDM. T-27.VIII.6:2-3

Una respuesta a «La serpiente del desierto»

  1. Avatar de Mariana
    Mariana

    Me ha gustado mucho

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